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Uno mismo como isla y refugio del Dhamma

Attadipa Sutta

SN 22,43 {13S3.1.1.5.1,43}


Monjes, permanezcan con ustedes mismos como isla, con ustedes mismos como refugio, con el Dhamma como isla, con el Dhamma como refugio, sin tener otro refugio. Cuando permanecen con ustedes mismos como isla, con ustedes mismos como refugio, con el Dhamma como  isla, con el Dhamma como refugio, sin tener otro refugio, las bases mismas de la existencia deberían ser investigadas de esta manera: ¿de dónde nace el dolor, el lamento, la pena, el displacer y la desesperanza? ¿Cómo se producen?

De qué cosa, monjes, nace el dolor, el lamento, la pena, el displacer y la desesperanza? ¿Cómo se producen? He aquí, monjes, a un hombre no instruido y mundano —que no mira a los nobles y no es hábil ni disciplinado en su Dhamma, que no mira a las personas superiores y no es hábil ni disciplinado en su Dhamma—, que considera a la forma como a sí mismo, o a sí mismo como poseedor de la forma, o la forma como en sí mismo, o a sí mismo como en la forma. Entonces, aquella forma suya cambia y se altera. Y con el cambio y la alteración de la forma surge en él dolor, lamento, pena, displacer y desesperanza.

Además, considera a la sensación, la percepción, las formaciones mentales y la consciencia como a sí mismo; o a sí mismo como poseedor de la sensación, la percepción, las formaciones mentales y la consciencia; o a la sensación, la percepción, las formaciones mentales y la consciencia como en sí mismo; o a sí mismo como en la sensación, la percepción, las formaciones mentales y la consciencia. Cuando aquella sensación, percepción, formaciones mentales o consciencia suya cambia y se altera, con el cambio y alteración surge en él dolor, lamento, pena, displacer y desesperanza.

Sin embargo, monjes, cuando uno ha comprendido la transitoriedad de la forma, su cambio, su desaparición y cese; cuando uno la ve tal como realmente es, con la correcta sabiduría, así: toda forma es transitoria, insatisfactoria y sujeta a cambio. Entonces se abandona el dolor, el lamento, la pena, el displacer y la desesperanza. Con este abandono se deja la agitación y uno permanece feliz. Y del monje que permanece feliz se dice que está plenamente saciado.

Monjes, cuando uno ha comprendido la transitoriedad de la sensación, de la percepción, de las formaciones mentales y de la consciencia, su cambio, su desaparición y su cese; cuando uno los ve tal como realmente es, con la correcta sabiduría, así: toda sensación, percepción, formación mental y consciencia es transitoria, insatisfactoria y sujeta a cambio. Con este abandono se deja la agitación y uno permanece feliz. Y del monje que permanece feliz se dice que está plenamente saciado.



Gilana Sutta 

SN 47,9 {14S5.3.1.9,375}


Esto he escuchado.

En una ocasión en que el Despierto moraba en Beluvagamaka, cerca de Vesali, dijo a los monjes:

Monjes, deberán permanecer en Vesali y pasar allí la estación de las lluvias, junto a sus conocidos y seguidores. Yo, por mi parte, pasaré la temporada lluviosa aquí, en Beluvagamaka.

Bien, venerable señor —respondieron los monjes— y entraron a Vesali junto a sus conocidos y seguidores, mientras el Despierto quedaba en Beluvagamaka  a pasar la estación de las lluvias.

Entonces, mientras transcurría esa temporada lluviosa, el Despierto fue atacado por una repentina enfermedad, con dolores tan severos que parecía que estaba al borde de la muerte. Sin embargo, el Despierto la enfrentó con atención consciente y una mente clara e impasible. Estando en tal trance, se le ocurrió el siguiente pensamiento:

Ciertamente, no sería apropiado que llegase al final de la vida sin que me dirija, por última vez, a mis discípulos y cuente con el beneplácito del sangha monacal. Necesito sobreponerme a esta enfermedad con fuerza de voluntad y determinar la continuidad del proceso vital para así seguir viviendo.

Entonces, el Despierto se sobrepuso a la enfermedad con su fuerza de voluntad y determinó la continuidad del proceso vital para seguir viviendo. De esta forma se recuperó de la enfermedad.

Tan pronto se hubo sentido mejor, se sentó frente a su vivienda. Entonces, el venerable Ananda llegando junto a él, lo saludó respetuosamente y, sentándose a un lado, dijo:

Me siento afortunado de ver al Despierto otra vez confortable. Soy afortunado de ver al Bienaventurado recuperado. Es grato, venerable señor, verle otra vez aliviado. Por cierto, mientras veía al Bendito enfermo fue como si mi propio cuerpo estuviera débil y confundido, mis sentidos fallaron y todas las cosas alrededor de mí se oscurecieron. Sólo me confortó el hecho de pensar que el Despierto no llegaría al final de su vida sin antes ofrecer instrucciones al sangha monacal.

Dijo entonces el Despierto:

¿Qué más puede esperar de mí el sangha de los monjes, Ananda? He enseñando el Dhamma sin ocultar nada. En cuanto a la doctrina, el Tataghata no ha dejado nada velado, como si lo tuviera cerrado en un puño. Si alguien pensara estar a cargo del sangha —o que el sangha dependiera de él o le perteneciera—, entonces esta persona debería ofrecer instrucciones al sangha. Sin embargo, el Tataghata no alberga semejantes pensamientos, ¿cómo, entonces, podría ofrecer instrucciones al Sangha?

Ya soy débil, Ananda, entrado en edad y viejo. Soy alguien que ha atravesado el camino de la vida, que ha llegado al tope de su tiempo vital y, al igual que una carreta vieja es sujetada precariamente con cuerdas, para que no se deshaga, así el cuerpo del Tataghata se haya también sujeto para que permanezca unido. Es solamente cuando el Tataghata aparta la atención de los signos externos, cuando cesan las sensaciones y permanece concentrado mentalmente, en la consciencia sin signos, que este cuerpo se siente más confortable.

Por tanto, Ananda, sé tú mismo una isla para ti, sé tu propio refugio. Que no haya nadie más que sea tu refugio. Ten al Dhamma como tu único refugio. Y ¿cómo hace el monje para convertirse en una isla para sí mismo, para ser su propio refugio y no tener a nadie más como refugio, con sólo el Dhamma como su único refugio? Pues permanece contemplando (i) el cuerpo en el cuerpo, vigilante, diligente —claramente consciente y atento—, dejando atrás el deseo y el pesar por el mundo; permanece contemplando (ii) las sensaciones en las sensaciones... (iii) la mente en la mente... (iv) los fenómenos mentales en los fenómenos mentales, vigilante, diligente —claramente consciente y atento—, dejando atrás el deseo y el pesar por el mundo. Es así, como el monje se hace una isla para sí mismo, se convierte en su propio refugio, sin tener a nadie más como refugio y con sólo el Dhamma como su único refugio.

Aquellos monjes, Ananda, que ahora o después de mi partida permanezcan como sus propias islas, sean su propio refugio, sin tener a nadie más como refugio y sólo con el Dhamma como su único refugio, esos monjes alcanzarán lo más alto, si es que tienen verdadero deseo de aprender.