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Dos clases de pensamiento


Dvedhavitakka Sutta

MN 19 {9M.2.9}


He escuchado que en una ocasión el Despierto se alojaba en Savatthi, en la arboleda de Jeta, en el monasterio de Anathapindika. Allí se dirigió a los monjes:

Monjes, antes de mi auto-despertar, cuando aún era un Bodhisatta no-despierto, se me ocurrió este pensamiento: ¿Por qué no divido mi pensamiento en dos tipos? Así, hice del pensamiento impregnado de sensualidad, mala voluntad y pernicioso, un tipo; y del pensamiento impregnado de renunciación, buena voluntad y beneficioso, otro tipo.

Cuando permanecí así —diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de sensualidad surgió en mi mente. Percibí que el pensamiento impregnado en sensualidad había surgido en mí y que eso llevaba a mi propia aflicción, a la aflicción de otros o a la aflicción de ambos; que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación.

Cuando me di cuenta de que llevaba a mi propia aflicción, a la aflicción de otros, a la aflicción de ambos, que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación, aminoró. Cada vez que un pensamiento impregnado de sensualidad surgía, simplemente lo abandonaba, lo destruía, lo disipaba, lo eliminaba de la existencia.

Luego —mientras permanecía diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de mala voluntad surgió en mi mente. Percibí que el pensamiento impregnado de mala voluntad había surgido en mí y que eso llevaba a mi propia aflicción, a la aflicción de otros o a la aflicción de ambos; que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación.

Cuando me di cuenta de que llevaba a mi propia aflicción, a la aflicción de otros, a la aflicción de ambos, que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación, aminoró. Cada vez que un pensamiento impregnado de mala voluntad surgía, simplemente lo abandonaba, lo destruía, lo disipaba, lo eliminaba de la existencia.

Luego —mientras permanecía diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de lo pernicioso surgió en mi mente. Percibí que el pensamiento impregnado de lo pernicioso había surgido en mí y que eso llevaba a mi propia aflicción, a la aflicción de otros o a la aflicción de ambos; que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación.

Cuando me di cuenta de que llevaba a mi propia aflicción…, a la aflicción de otros…, a la aflicción de ambos…, que obstruía el discernimiento, promovía la contrariedad y no llevaba a la liberación, aminoró. Cada vez que un pensamiento impregnado de lo pernicioso surgía, simplemente lo abandonaba, lo destruía, lo disipaba, lo eliminaba de la existencia.

Lo que un monje busca con su pensamiento y su reflexión, eso se convierte en la inclinación de su consciencia. Si un monje busca el pensamiento impregnado de sensualidad, abandonando el pensamiento impregnado de renunciación, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de sensualidad. Si un monje busca el pensamiento impregnado de mala voluntad, abandonando el pensamiento impregnado de buena voluntad, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de mala voluntad. Si un monje busca el pensamiento impregnado de lo pernicioso, abandonando el pensamiento impregnado de lo beneficioso, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de lo pernicioso.

Al igual que en el último mes de las lluvias —en la estación de otoño, cuando los cultivos están madurando— un pastor cuida de sus vacas, las dirige, guía y domina con un palo, porque sabe que será castigado o multado si permite que sus vacas dañen los cultivos; de la misma manera yo preví inconvenientes, degradación y corrupción en las cualidades poco hábiles, y recompensas en las cualidades hábiles relacionadas con la renunciación que promovían la purificación.

Luego —mientras permanecía diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de renunciación surgió en mi mente. Percibí que el pensamiento impregnado de renunciación había surgido en mí y que eso no me llevaba a la aflicción, ni a la aflicción de otros ni a la aflicción de ambos; que fomentaba el discernimiento, promovía la falta de contrariedad y llevaba a la liberación.

Pensé que reflexionar en esa línea durante una noche, un día o durante un día y una noche, no habría ningún peligro que pudiera venir de ello, excepto que pensar y reflexionar durante mucho tiempo cansaría el cuerpo. Y cuando un cuerpo está cansado la mente está inquieta, y una mente inquieta está lejos de la concentración. Así, pues, calmé mi mente internamente, la tranquilicé, la unifiqué y la concentré, para que mi mente no estuviera inquieta.

Luego —mientras permanecía diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de buena voluntad surgió. Percibí que el pensamiento impregnado de buena voluntad había surgido en mí y que eso no me llevaba a la aflicción, ni a la aflicción de otros ni a la aflicción de ambos; que fomentaba el discernimiento, promovía la falta de contrariedad y llevaba a la liberación.

Pensé que reflexionar en esa línea durante una noche, un día o durante un día y una noche, no habría ningún peligro que pudiera venir de ello, excepto que pensar y reflexionar durante mucho tiempo cansaría el cuerpo. Y cuando un cuerpo está cansado la mente está inquieta, y una mente inquieta está lejos de la concentración. Así, pues, calmé mi mente internamente, la tranquilicé, la unifiqué y la concentré, para que mi mente no estuviera inquieta.

Luego —mientras permanecía diligente, fervoroso y resuelto—, el pensamiento impregnado de lo beneficioso surgió. Percibí que el pensamiento impregnado de lo beneficioso había surgido en mí y que eso no me llevaba a la aflicción, ni a la aflicción de otros ni a la aflicción de ambos; que fomentaba el discernimiento, promovía la falta de contrariedad y llevaba a la liberación.

Pensé que reflexionar en esa línea durante una noche, un día o durante un día y una noche, no habría ningún peligro que pudiera venir de ello, excepto que pensar y reflexionar durante mucho tiempo cansaría el cuerpo. Y cuando un cuerpo está cansado la mente está inquieta, y una mente inquieta está lejos de la concentración. Así, pues, calmé mi mente internamente, la tranquilicé, la unifiqué y la concentré, para que mi mente no estuviera inquieta.

Lo que un monje busca con su pensamiento y su reflexión, eso se convierte en la inclinación de su consciencia. Si un monje busca el pensamiento impregnado de renunciación, abandona el pensamiento impregnado de sensualidad, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de renunciación. Si un monje busca el pensamiento impregnado de buena voluntad, abandona el pensamiento impregnado de mala voluntad, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de buena voluntad. Si un monje busca el pensamiento impregnado de lo beneficioso, abandona el pensamiento impregnado de lo pernicioso, su mente estará doblegada por ese pensamiento impregnado de lo beneficioso.

Al igual que en el último mes de la estación de calor —cuando todas las cosechas han sido recogidas en el pueblo— un pastor cuida de sus vacas mientras éstas descansan a la sombra de un árbol, o a cielo abierto, simplemente permaneciendo atento a ellas; de la misma manera yo permanecí atento a aquellas cualidades mentales.

Entonces, una persistencia inagotable surgió en mí y se estableció una atención nítida. Mi cuerpo estaba calmado e indiferente, mi mente concentrada y unificada.


Apartado de la sensualidad, apartado de las cualidades mentales poco hábiles, entré y permanecí en el primer jhana: éxtasis y placer nacidos de la renuncia, acompañado de pensamiento dirigido y sostenido.

Con el apaciguamiento del pensamiento dirigido y sostenido, entré y permanecí en el segundo jhana: éxtasis y placer nacidos de la concentración, unificación de la consciencia libre de pensamiento dirigido y sostenido, seguridad interior.
Con el desvanecimiento del éxtasis, permanecí en la ecuanimidad, atento, alerta, físicamente sensible al placer. Entré y permanecí en el tercer jhana, del cual los nobles declaran: ecuánime y atento, tiene una morada placentera.

Con el abandono del placer y el dolor, como con la anterior desaparición de la euforia y el sufrimiento, entré y permanecí en el cuarto jhana: pureza de ecuanimidad y atención, sin placer ni dolor.

Cuando mi mente estuvo así concentrada, purificada, radiante, sin mácula, libre de corrupción, flexible, maleable, firme y hubo alcanzado la imperturbabilidad, la dirigí al conocimiento del recuerdo de mis vidas pasadas . Recordé mis múltiples vidas pasadas, esto es, un nacimiento… diez… cien… mil... muchos eones de contracción y expansión cósmica: allí tuve tal nombre, pertenecí a tal clan, tuve tal apariencia, tal fue mi alimento, tal mi experiencia de placer y dolor, tal el final de mi vida; muriendo a este estado resurgí acá, tuve tal nombre, pertenecí a tal clan, tuve tal apariencia, tal fue mi alimento, tal mi experiencia de placer y dolor, tal el final de mi vida; muriendo a este otro estado resurgí allá. Así recordé mis múltiples vidas pasadas en sus modos y detalles.

Este fue el primer conocimiento que obtuve en la primera vigilia de la noche. La ignorancia fue destruida, el conocimiento había surgido; la oscuridad fue destruida, la luz había surgido; así ocurre en uno que es diligente, fervoroso y resuelto.

Con mi mente así concentrada, purificada, radiante, sin mácula, libre de corrupción, flexible, maleable, firme e imperturbable, la dirigí al conocimiento del fallecimiento y reaparición de los seres. Vi —por medio del ojo divino, purificado y que supera al humano— seres falleciendo y reapareciendo; observé cómo eran inferiores y superiores, hermosos y feos, afortunados y desafortunados según su kamma. Aquellos seres dotados de mala conducta —de cuerpo, palabra y mente, que injuriaron a los nobles, que mantuvieron opiniones erróneas y realizaron acciones bajo la influencia de estas opiniones erróneas—, con la descomposición del cuerpo, tras la muerte, han reaparecido en el plano de la privación, en el destino malo, en los reinos inferiores, en el infierno. Pero los seres dotados de buena conducta —de cuerpo, palabra y mente, que no injuriaron a los nobles, que mantuvieron opiniones correctas y realizaron acciones bajo la influencia de estas opiniones correctas—, con la descomposición del cuerpo, tras la muerte, han reaparecido en los destinos buenos, en mundo celestial. Así vi —por medio del ojo divino, purificado y que supera al humano— seres falleciendo y reapareciendo; y observé cómo eran inferiores y superiores, hermosos y feos, afortunados y desafortunados según su kamma.

Este fue el segundo conocimiento que obtuve en la segunda vigilia de la noche. La ignorancia fue destruida, el conocimiento había surgido; la oscuridad fue destruida, la luz había surgido; así ocurre en uno que es diligente, fervoroso y resuelto.

Entonces, con mi mente concentrada, purificada, radiante, sin mácula, libre de corrupción, flexible, maleable, firme e imperturbable, la dirigí al conocimiento del fin de las corrupciones mentales. Observé como habían llegado a ser: esto es el sufrimiento... esto es el origen del sufrimiento... esta es la cesación del sufrimiento... este es el camino que lleva a la cesación del sufrimiento... estas son las corrupciones... este es el origen de las corrupciones... esta es la cesación de las corrupciones... este es el camino que lleva a la cesación de las corrupciones.

Mi mente —sabiendo así, viendo así— fue liberada de la corrupción de la sensualidad, liberada de la corrupción del devenir, liberada de la corrupción de la ignorancia. Con la liberación, apareció el conocimiento que ya estaba liberado, entonces supe que el nacimiento había terminado, la vida santa se había cumplido y la tarea se había realizado. Ya no había nada más para este mundo.

Este fue el tercer conocimiento que obtuve en la tercera vigilia de la noche. La ignorancia fue destruida, el conocimiento había surgido; la oscuridad fue destruida, la luz había surgido; así ocurre en uno que es diligente, fervoroso y resuelto.

Suponed, monjes, que en un bosque hubiera un lago de poca profundidad, de cuya existencia dependiera la vida de una manada de ciervos. Entonces, apareciera un hombre que no desea bien a los ciervos, que no desea su bienestar, que desea su esclavitud; y cerrase el camino seguro y tranquilo que lleva al bienestar de los ciervos, y abriera un falso camino, donde pondría unos señuelos con forma de ciervo macho y hembra, para que así la gran manada de ciervos cayera en la ruina y el desastre. Luego suponed que apareciera  otro hombre que sí desea el beneficio de los ciervos, que desea su bienestar, que desea su libertad; y abriera un camino seguro y tranquilo que lleva al bienestar de los ciervos, cerrando el falso camino  y destruyendo los ciervos señuelos, para que así la gran manada de ciervos creciera, aumentara y proliferara.

He dado este símil para transmitir un mensaje. El lago de poca profundidad son los placeres sensuales. La manada de ciervos simboliza a los seres. El hombre que no desea el beneficio de los ciervos es un término para Mara, el maligno. El falso camino es el erróneo camino óctuple, es decir: opinión errónea, intención errónea, habla errónea, acción errónea, forma de vida errónea, esfuerzo erróneo, atención errónea y concentración errónea. El ciervo macho señuelo es la pasión y el placer. El ciervo hembra señuelo es la ignorancia. Ahora bien, el hombre que desea el beneficio de los ciervos es un término para el Tathagata, el Merecedor, el Perfecto Auto-Despierto. El camino seguro y tranquilo que lleva a la libertad de los ciervos es el Noble Óctuple Sendero, es decir: opinión correcta, intención correcta, habla correcta, acción correcta, forma de vida correcta, esfuerzo correcto, atención correcta y concentración correcta.

De esta forma, monjes, abrí el camino seguro y tranquilo; cerré el falso camino y quité a los ciervos señuelo. Lo que un maestro debe hacer —buscar el bienestar de sus discípulos, por compasión hacia ellos—, eso he hecho yo para vosotros.

Por allí hay raíces de árboles, por allá moradas vacías. Practicad jhana, monjes, no seáis negligentes. No caigáis más tarde en el arrepentimiento. Este es mi mensaje para vosotros.

Eso fue lo que el Bendito dijo y, satisfechos, los monjes se complacieron en sus palabras.