Amatavagga
AN 1,616-627 {15A1.20.1,600 - 12,611}
Monjes, aquellos que no participan de la contemplación del
cuerpo, no participan de la inmortalidad; pero aquellos que participan de la
contemplación del cuerpo, participan de la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han experimentado la contemplación
del cuerpo, no han experimentado la inmortalidad; pero aquellos que han
experimentado la contemplación del cuerpo, han experimentado la inmortalidad.
Monjes, aquellos que han descuidado la contemplación del
cuerpo, han descuidado la inmortalidad; pero aquellos que no han descuidado la
contemplación del cuerpo, no han descuidado la inmortalidad.
Monjes, aquellos que fracasan en la contemplación del
cuerpo, fracasan en la inmortalidad; pero aquellos que no fracasan en la
contemplación del cuerpo, no fracasan en la inmortalidad.
Monjes, aquellos que son negligentes en la contemplación del
cuerpo, son negligentes en la inmortalidad; pero aquellos que son diligentes en la
contemplación del cuerpo, son diligentes en la inmortalidad.
Monjes, aquellos que han olvidado la contemplación del
cuerpo, han olvidado la inmortalidad; pero aquellos que han olvidado la
contemplación del cuerpo, no han olvidado la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han practicado la contemplación del
cuerpo, no han practicado la inmortalidad; pero aquellos que han practicado la
contemplación del cuerpo, han practicado la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han cultivado la contemplación del
cuerpo, no han cultivado la inmortalidad; pero aquellos que han cultivado la
contemplación del cuerpo, han cultivado la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han progresado en la contemplación
del cuerpo, no han progresado en la inmortalidad; pero aquellos que han progresado
en la contemplación del cuerpo, han progresado en la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han conocido directamente la
contemplación del cuerpo, no han conocido directamente la inmortalidad; pero aquellos que han conocido directamente la contemplación del cuerpo, han
conocido directamente la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han comprendido completamente la
contemplación del cuerpo, no han comprendido completamente la inmortalidad; pero aquellos que han comprendido completamente la contemplación del cuerpo, han
comprendido completamente la inmortalidad.
Monjes, aquellos que no han realizado la contemplación del
cuerpo, no han realizado la inmortalidad; pero aquellos que han realizado la
contemplación del cuerpo, han realizado la inmortalidad.
Kayagatasati Sutta
MN 119 {11M.2.9,153-159}
Así lo he oído.
En cierta ocasión el Bienaventurado residía en Savatthi, en
la arboleda de Jeta del parque de Anathapindika. Allí había muchos monjes que,
habiendo regresado de recolectar la comida de las limosnas y después de comer,
estaban sentados en la sala de reuniones. Entonces surgió el siguiente tema de
conversación:
Es maravilloso, es extraordinario, amigos —como dice el
Bienaventurado que, santo y completamente iluminado, conoce y ve—, la atención
al cuerpo, cultivada y practicada con frecuencia, da mucho fruto y es
beneficiosa.
Pero entonces la conversación se interrumpió, pues el
Bienaventurado, concluido su retiro vespertino, fue a la sala de reuniones
donde entró y se sentó en el asiento para él preparado. Entonces ya sentado, el
Bienaventurado preguntó a los monjes:
Monjes, ¿cuál era el tema de conversación mientras estaban
sentados? ¿Qué tema de conversación he interrumpido?
He aquí venerable señor, que, después de comer la comida
donada, estando sentados en la sala de reuniones surgió el siguiente tema de
conversación: es maravilloso, es extraordinario, la atención al cuerpo
cultivada y practicada con frecuencia, da mucho fruto y es beneficiosa. Este
era, venerable señor, el tema de conversación interrumpido cuando llegó el
Bienaventurado.
¿Y cómo, monjes —dijo el Bendito—, hay que cultivar y
practicar con perseverancia la atención al cuerpo para que dé fruto y sea
beneficiosa?
He aquí, monjes, el monje va al bosque, al pie de un árbol o
a un lugar solitario, se sienta, cruza las piernas y yergue su cuerpo
inspirando y espirando con atención.
Al inspirar profundamente, sabe: inspiro profundamente. Al
espirar profundamente, sabe: espiro profundamente. Al inspirar ligeramente,
sabe: inspiro ligeramente. Al espirar ligeramente, sabe: espiro ligeramente. Se
ejercita así: consciente de todo el cuerpo, inspiraré… consciente de todo el
cuerpo, espiraré… calmando la actividad corporal, inspiraré… calmando la
actividad corporal, espiraré. Así vive diligente, fervoroso y resuelto,
renunciando a las tendencias e intenciones propias de la vida hogareña.
Renunciando a ellas la mente se equilibra interiormente, se asienta, se unifica
y concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, cuando un monje camina, sabe: estoy caminando.
Cuando está de pie, sabe: estoy de pie. Cuando está sentado, sabe: estoy
sentado. Cuando está tumbado, sabe: estoy tumbado. Y así sucesivamente, según
sea la postura que su cuerpo adopte. Así vive diligente, fervoroso y resuelto,
renunciando a las tendencias e intenciones propias de la vida hogareña.
Renunciando a ellas la mente se equilibra interiormente, se asienta, se unifica
y concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, monjes, un monje actúa con plena lucidez en todo
lo que hace, ya sea yendo o viniendo, mirando hacia adelante o a su alrededor;
encogiéndose, estirándose, llevando la túnica, el cuenco o el manto, comiendo,
bebiendo, saboreando, masticando, defecando, orinando, caminando, permaneciendo
de pie, sentado, dormido o despierto, hablando o en silencio, siempre actúa con
plena lucidez. Así vive diligente, fervoroso y resuelto… la mente se equilibra
interiormente, se asienta, se unifica y concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, monjes, un monje examina su propio cuerpo de la
planta de los pies hasta la cabeza y de la cabeza hasta la planta de los pies.
Lo percibe envuelto en la piel, lleno de impurezas y piensa así: en este cuerpo
hay pelos, uñas, dientes, piel, carne, tendones, huesos, tuétano, riñones,
corazón, hígado, pleura, bazo, pulmones, intestinos, mesenterio, estómago,
heces, bilis, flemas, pus, sangre, sudor, grasa, lágrimas, saliva, mocos,
fluidos y orina. Es como un saco con dos aberturas, lleno de diversas clases de
grano, arroz de montaña, arroz corriente, alubias, guisantes, sésamo, arroz
perlado. Entonces un hombre, de buena vista, lo abre, examina y dice: este es
arroz de montaña, este es arroz corriente, estas son alubias, estos guisantes,
sésamo o arroz perlado. De la misma manera, el monje examina su propio cuerpo
de las plantas de los pies hasta la coronilla y de la coronilla hacia abajo,
como envuelto en piel y lleno de impurezas. Así vive diligente, fervoroso y
resuelto… la mente se equilibra interiormente, se asienta, se unifica y
concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, monjes, he aquí que un monje examina su propio
cuerpo, en cualquier lugar o posición que se encuentre, considerando sus
elementos primordiales: en este cuerpo está el elemento tierra, el elemento
agua, el elemento fuego y el elemento aire. Como un carnicero experto que, tras
sacrificar una vaca y dividirla en partes, se pone a venderla, de la misma
manera el monje examina su propio cuerpo en cualquier lugar o posición que se
encuentre, considerando sus elementos primordiales. Así vive diligente,
fervoroso y resuelto… la mente se equilibra interiormente, se asienta, se
unifica y concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, monjes, cuando un monje ve un cuerpo que lleva un
día muerto, dos días muerto o tres días muerto, hinchado, amoratado y
putrefacto, tirado en el cementerio… cuando ve un cuerpo que está siendo
devorado por los cuervos, los gavilanes, los buitres, los perros, los
leopardos, los tigres, los chacales o por diversas clases de gusanos… cuando ve
un cuerpo reducido a un esqueleto unido tan sólo por los tendones y con restos
de carne sanguinolenta… sin carne pero aún embadurnado de sangre... sin carne y
sin sangre... huesos sueltos esparcidos en todas las direcciones… huesos mondos
y blanqueados como una concha... huesos de más de un año... huesos podridos o
reducidos a polvo; en cada caso aplica esta percepción a su propio cuerpo,
pensando: en verdad que también mi cuerpo tiene la misma naturaleza, no
escapará a este fin y acabará del mismo modo. Así vive diligente, fervoroso y
resuelto… la mente se equilibra interiormente, se asienta, se unifica y
concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Asimismo, monjes, apartado del deseo de los sentidos,
apartado de lo que es perjudicial, el monje alcanza y permanece en el primer
jhana, estado en el que hay gozo y felicidad —acompañados de pensamiento
dirigido y sostenido— nacidos del apartamiento. Entonces, él llena, inunda,
colma e impregna su cuerpo de gozo y felicidad nacidos del apartamiento, hasta
que no quede ninguna parte de su cuerpo que no esté embebido de este gozo y
felicidad. Monjes, al igual que un encargado
de los baños, habiendo echando jabón en polvo en una vasija, lo mezcla
con agua y amasa hasta que todo el jabón quede bien impregnado de agua, húmedo
y untuoso, pero sin gotear; del mismo modo el monje llena, inunda, colma e
impregna su cuerpo de gozo y felicidad nacidos del apartamiento, de modo que no
quede ninguna parte de su cuerpo que no esté embebido de este gozo y felicidad.
Así vive diligente, fervoroso y resuelto… la mente se equilibra interiormente,
se asienta, se unifica y concentra.
Asimismo, monjes, al cesar el pensamiento dirigido y
sostenido, el monje alcanza y permanece en el segundo jhana, en el que hay gozo
y felicidad nacidos de la concentración —libres de pensamiento dirigido y
sostenido—, acompañados de unificación mental y serenidad interior. Entonces,
él llena, inunda, colma e impregna su cuerpo de gozo y felicidad nacidos de la
concentración, hasta que no quede ninguna parte de su cuerpo que no esté
embebida de gozo y felicidad nacidos de la concentración. Monjes, es como un
lago cuyas aguas brotan de la profundidad, donde no hay corrientes de agua que
lleguen a él desde ningún punto cardinal, ni lluvias que caigan sobre él; y la
corriente de agua fría que brota desde lo profundo llena, inunda, colma e
impregna todo el lago, de modo que no queda ninguna parte del lago que no esté
llena de esta agua fría; del mismo modo, el monje llena, inunda, colma e
impregna su cuerpo del gozo y felicidad nacidos de la concentración, hasta que
no quede ninguna parte de su cuerpo que no esté embebida de este gozo y
felicidad. Así vive diligente, fervoroso y resuelto… la mente se equilibra
interiormente, se asienta, se unifica y concentra.
Asimismo, monjes, al desvanecerse el gozo, el monje
permanece atento, lúcido y ecuánime, experimentando con el cuerpo aquel estado
que los nobles definen como: vivir feliz, atento y ecuánime; con lo cual
alcanza y permanece en el tercer jhana. Entonces, él llena, inunda, colma e
impregna su cuerpo de felicidad sin gozo, hasta que no quede ninguna parte de
su cuerpo que no esté embebida de esta felicidad. Monjes, al igual que en un
estanque de lotos —azules, rojos o blancos—, hay algunos que nacen, nutren y
crecen en el agua, sin alcanzar la superficie, y así sumergidos desde las
puntas de los pétalos hasta las raíces, permanecen inundados, colmados e
impregnados de agua, de modo que no queda ninguna parte de ellos que no esté
embebida en agua fría; del mismo modo, el monje inunda, colma e impregna su
cuerpo de felicidad sin gozo, de manera tal que no quede ninguna parte de su
cuerpo que no esté embebida de esa felicidad sin gozo. Así vive diligente,
fervoroso y resuelto… la mente se equilibra interiormente, se asienta, se
unifica y concentra.
Asimismo, monjes, al renunciar al placer, al renunciar al
dolor —previa desaparición de la alegría y aflicción—, el monje alcanza y
permanece en el cuarto jhana, sin dolor ni placer, completamente purificado por
la atención consciente y ecuanimidad. Así, él permanece sentado, impregnando su
cuerpo de esa mente limpia y purificada por la atención consciente y
ecuanimidad, de modo que no quede ninguna parte de su cuerpo que no esté
embebida de esa mente completamente pura y limpia. Es como un hombre que se
sienta y cubre —desde la cabeza a los pies— con una tela blanca, de modo que no
queda ninguna parte de su cuerpo sin cubrir; del mismo modo, el monje permanece
sentado impregnando su cuerpo de esa mente limpia, purificada por la atención
consciente y ecuanimidad, de manera tal que no queda ninguna parte de su cuerpo
que no esté embebida de esa mente completamente pura y limpia. Así vive
diligente, fervoroso y resuelto, renunciando a las tendencias e intenciones
propias de la vida hogareña. Renunciando a ellas la mente se equilibra interiormente,
se asienta, se unifica y concentra.
Así es, monjes, como un monje cultiva la atención al cuerpo.
Monjes, el que cultiva y practica con perseverancia la
atención al cuerpo, tiene dentro de sí los estados mentales beneficiosos que
conducen al conocimiento verdadero. Al igual que aquel que contempla el ancho
mar tiene conocimiento de las corrientes que confluyen dentro de él, así, quien
cultiva y practica con perseverancia la atención al cuerpo, tiene dentro de sí
los estados mentales beneficiosos que conducen al conocimiento verdadero. El
monje que no cultiva y practica con perseverancia la atención al cuerpo, se
expone al mal y está a su disposición.
Monjes, es como si uno arrojara una pesada piedra sobre
arcilla húmeda. ¿Qué les parece? ¿Penetraría la piedra la arcilla húmeda?
Sí, venerable señor.
Pues, del mismo modo, el monje que no cultiva y practica con
perseverancia la atención al cuerpo, se expone al mal y está a su disposición.
Monjes, es como si hubiera un trozo de madera seca e
inflamable, entonces llegara un hombre con un palo para encender fuego. ¿Qué
les parece? ¿Podría ese hombre, frotando el palo contra el trozo de madera seca
e inflamable, encender una hoguera?...
Monjes, es como si hubiera una jarra vacía y llegara un hombre con un
garrafón lleno de agua. ¿Qué les parece? ¿Podría ese hombre verter agua del
garrafón dentro de la jarra?
Sí, venerable señor.
Pues, de igual manera, el monje que no cultiva y practica
con perseverancia la atención al cuerpo, se expone al mal y está a su
disposición.
Pero el monje que cultiva y practica con perseverancia la
atención al cuerpo, no se expone al mal y no está a su disposición.
Monjes, es como un hombre que arrojara un ovillo de hilo
contra una puerta de madera maciza. ¿Qué les parece? ¿Penetraría el ovillo de
hilo la puerta de madera maciza?
No, venerable señor.
Pues, de igual modo, el monje que cultiva y practica con
perseverancia la atención al cuerpo, no se expone al mal y no queda a su
disposición.
Monjes, es como si hubiera un trozo de madera verde y
húmeda, entonces llegara un hombre con un palo para encender fuego. ¿Qué les
parece? ¿Podría ese hombre, frotando el palo contra el trozo de madera verde y
húmeda, encender una hoguera?... Monjes, es como si hubiera una jarra llena
hasta el borde, entonces llegara un hombre con un garrafón de agua. ¿Qué les
parece? ¿Podría ese hombre verter agua desde el garrafón a la jarra?
No, venerable señor.
Pues, del mismo modo, el monje que cultiva y practica con
perseverancia la atención al cuerpo, no se expone al mal y no queda a su
disposición.
Monjes, el monje que cultiva y practica con perseverancia la
atención al cuerpo, cuando lleva su mente a experimentar con conocimiento superior
—cualquier estado experimentable por conocimiento superior—, tiene la capacidad
de ver por sí mismo cualquier aspecto, pues dispone de una buena base.
Monjes, es como si hubiera una jarra llena de agua hasta el
borde y llegara un hombre y la moviera bruscamente. ¿Qué les parece? ¿Se
derramaría el agua?... Monjes, es como si hubiera un estanque —contenido por
bordes de terraplén—, tan rebosante de agua que hasta un pájaro podría beber en
él, entonces, llegara un hombre fuerte y abriera una brecha en uno de los
bordes. ¿Qué les parece? ¿Saldría el agua por la brecha?
Sí, venerable señor.
Pues, de igual modo, el monje que cultiva y practica con
perseverancia la atención al cuerpo, cuando lleva su mente a experimentar por
conocimiento superior —cualquier estado experimentable por conocimiento
superior—, tiene la capacidad de ver por sí mismo cualquiera de sus aspectos,
pues dispone de una buena base.
Monjes, es como si en una encrucijada de caminos hubiera un
carruaje tirado por caballos de pura sangre, entonces, llegara un auriga
diestro en la doma de caballos y, fusta en mano, se subiera al carruaje, tomara
las riendas y fuera sobre el carruaje de aquí para allá, como quisiera.
Pues, de la misma manera, el monje que cultiva y practica
con perseverancia la atención al cuerpo, cuando lleva su mente a experimentar
por conocimiento superior —cualquier estado experimentable por conocimiento
superior—, tiene la capacidad de ver por sí mismo cualquiera de sus aspectos,
pues dispone de una buena base.
Monjes, la atención al cuerpo cultivada frecuentemente,
practicada con perseverancia, tomada como vehículo y base, bien emprendida,
realizada y perfeccionada, produce diez beneficios:
(i) Se supera lo agradable y lo desagradable. Cuando surgen
lo agradable y lo desagradable, éstos no se apoderan de uno.
(ii) Se supera el miedo y la angustia. Cuando surgen el
miedo y la angustia, éstos no se apoderan de uno.
(iii) Se soporta el frío y el calor, el hambre y la sed, el
contacto con el viento, el sol, las moscas, mosquitos y reptiles. Se soporta
pacientemente el surgir de sensaciones corporales dolorosas, penetrantes,
agudas, punzantes, desagradables y penosas. Se soportan las formas de hablar
hostiles e inoportunas.
(iv) Se alcanza, sin esfuerzo ni dificultad, la elevación de
la mente propia de los cuatro jhanas, con las cuales se vive feliz en este mismo
mundo.
(v) Se obtienen facultades paranormales: siendo uno se hace
muchos, siendo muchos se hace uno; aparece y desaparece a voluntad; pasa sin
encontrar resistencia a través de paredes, muros y montañas; se hunde en la
tierra o emerge de ella como si fuera agua; camina sobre el agua sin hundirse
como si fuera tierra; vuela sentado, con las piernas cruzadas, a través del
espacio; toca con la mano al sol y la luna; llega con el poder de su cuerpo
hasta el mundo de Brahma.
(vi) Con el oído divino, purificado y sobrehumano, oye los
sonidos humanos y los divinos, tanto los lejanos como los cercanos.
(vii) Se percibe, con la propia mente, la mente de los otros
seres. Se conoce cuando una mente tiene o no tiene pasión… tiene o no tiene
odio… está o no está ofuscada… disminuida… distraída… desarrollada… no
desarrollada… conoce una mente en estado superable o insuperable… concentrada o
no concentrada… liberada o no liberada.
(viii) Se recuerdan las vidas anteriores —un nacimiento, dos
nacimientos, tres… diez… cien… mil… muchos ciclos cósmicos de contracción y
expansión—, con todas sus características y detalles.
(ix) Con el ojo divino, purificado y sobrehumano, se ve a
los seres falleciendo y reapareciendo según su kamma: inferiores y superiores,
bellos y feos, afortunados y desafortunados.
(x) Se experimenta, por medio del propio conocimiento
superior —en este mismo mundo—, la aniquilación de las corrupciones. Se alcanza
y permanece en la liberación de la mente por la sabiduría inmaculada.
Monjes, estos son los diez beneficios que cabe esperar de la
atención al cuerpo cultivada frecuentemente, practicada con perseverancia,
tomada como vehículo y base, bien emprendida, realizada y perfeccionada.
Así habló el Bienaventurado, y los monjes, regocijados, se
complacieron con sus palabras.